TAPA BLANDA , LIBRO USADO, RECUERDA QUE EL 10% DE ESTA VENTA COLABORA CON FUNDACIONES QUE FOMENTAN LA LECTURA EN ZONAS VULNERABLES. En aquellas reuniones que marcarían el destino de la política cultural de la Revolución, participaron entre otros destacados intelectuales: Roberto Fernández Retamar, Alfredo Guevara, Graziella Pogolotti, Isabel Monal, Lisandro Otero, Pablo Armando Fernández, Lezama Lima y Virgilio Piñera. El más joven era Miguel Barnet, actual presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), con apenas 21 años. El detonante de la reunión fue la prohibición del documental PM (Pasado Meridiano) por la dirección del Icaic, pero en realidad la cuestión lo trascendía. El audiovisual que reflejaba en 14 minutos lo que ocurría en algunos bares de la noche habanera sirvió de pretexto para acelerar un acontecimiento que ya estaba en la mente del líder de la Revolución, pero que las difíciles circunstancias históricas que se vivían habían ido postergando. Asimismo Fidel –con apenas 34 años– aprovecharía esos intercambios para exponer su visión de lo que debía ser la cultura y su papel en la sociedad, ideas que venía madurando desde antes del triunfo revolucionario.
El fantasma del «realismo socialista» provocaba temores en algunos círculos intelectuales y, al mismo tiempo, la dirección de la Revolución, enfrascada en un proceso de unidad entre las tres fuerzas principales que habían luchado contra la dictadura de Batista, necesitaba extender también ese proceso al terreno de los escritores y artistas cubanos, donde existían no pocos conflictos y divisiones. El intercambio daría su primer fruto con la creación de la Uneac en agosto del propio año, al celebrarse su primer congreso.
Por supuesto, el alcance de las Palabras… de Fidel hay que verlo también en el contexto en que fueron pronunciadas. El pueblo cubano había prácticamente acabado de derrotar una invasión mercenaria y aún permanecía movilizado. El presidente John. F. Kennedy, después de sufrir el mayor fiasco de toda su carrera política, solo pensaba en la posibilidad del desquite. En noviembre de ese año firmaría la Operación Mangosta, el plan de guerra encubierta más grande orquestado por Washington contra país alguno, que debía culminar con la intervención directa en la Isla de las Fuerzas Armadas de los EE.UU. Existían bandas armadas en distintas zonas montañosas del país y los planes de atentados contra la vida de los dirigentes de la Revolución seguían su curso. La lucha interna de clases en Cuba estaba en pleno apogeo y la agresión sicológica hacía sus estragos, en especial a través de la llamada operación Peter Pan.1 Es en medio de ese contexto de hostilidad abierta y encubierta contra Cuba, que el líder de la Revolución dedica una buena parte de su tiempo a los problemas de la cultura. Durante tres días, escucha pacientemente las preocupaciones y reclamos de los escritores y artistas, hasta que finalmente el día 30 pronuncia las históricas palabras.